Imagino a la peña abandonando las ciudades. En masa. Yéndose a vivir a zonas rurales muy alejadas. En comunidades donde el bienestar de tu vecino importa más que las injusticias que suceden a miles de kilómetros.
Con cines y fútbol. En el que te ponen dos pelis cada mes y vas a ver el partido del equipo local. Y te vale. Te vale porque te encanta revisitar los clásicos y el fútbol te apasiona igual; sin importar quién y cómo juegue, y si cobra millones o cervezas en el bar.
Con Estados nación que han perdido su significado. En los que te importa una mierda quién gobierna a cientos de kilómetros. Por fin no debes conocer el nombre de esa persona que desconoce tu existencia y rige sobre ella. Ya no importa. Y solamente participan en las elecciones unos pocos que no deciden sobre nada que afecta a tu vida.
Y todo ello después de que el mundo estuviese unido en una comuna liberal universal. Sí, comuna liberal. En la que todo era compartido, venerado y odiado al mismo tiempo.
Pero ya no podías más. Demasiados asuntos debían importarte. Lo que ayer te exigía una opinión hoy dejaba de ser relevante. Demasiado sobre lo que saber. Y decidiste que ese mundo ya no era para ti. Dejó de importarte.
El mundo era una basura. Y era maravilloso vivir en él. Pero esos malditos problemas eran continuos, y no te afectaban en nada, pero nunca desaparecían y estabas seguro de que algún día arruinarían todo aquello que realmente importaba.
Con lo fácil que hubiera sido que alguien te escuchara para resolverlos…
Realmente lo creíste.
Y lo abandonaste.
Y no fuiste el único.
Resultó que no eras el único que pensaba así; ya nadie soportaba el mundo que debía conocer, que debía experimentar, que debía cuidar, que debía amar.
Todo el mundo lo abandonó. Y con el tiempo nadie quedó para cuidarlo.
Había costado siglos y millones de muertes crearlo y se abandonó. Sin más.
Y no te importó. Ni a ti ni a nadie. Y no te sorprendió descubrir que realmente no lo necesitabas. Aunque seguía esperando tu vuelta.
Y así viviste tu vida. Con preocupaciones, que no hundirían tu vida, pero preocupaciones. Y mentiras, y falsedad, e hipocresía, y gilipollas, y toda la basura que habías abandonado. Pero conocidas. Mentiras, hipocresía y falsedad de personas que resultaron ser igual que tú.
El tiempo pasó.
Se le olvidó.
Y la muerte llegó.
Te buscó y mató aquello que necesitabas para vivir. Todo el mundo se marchó y nadie se preocupó. Y exigió tu regreso arrasando lo poco que te habías atrevido a construir.
Y no pudiste volver. No tenías el valor de hacerlo. No querías enfrentarte a todo aquello de lo que huiste, a todas aquellas preguntas a las que no tenías respuestas. Ninguno de vosotros volvió.
Pero alguien debía volver. Exigía ser gobernado y alguien debía de hacerlo.
Tus hijos volvieron.
Y allí se lo encontraron, con las mismas preguntas que tú no supiste responder y que ellos tampoco supieron cómo abordar.
Y nunca supieron que funcionó mejor que en el pasado. Siempre dando problemas. Nadie se lo contó. Y las preguntas cambiaron. Las opiniones cambiaron, las preocupaciones cambiaron. Y volvió a funcionar con esplendor.
Ellos lo odiaron, siempre dando problemas, sin dejarles vivir en paz, pero no huyeron, se quedaron. Los afrontaron.
– Y esto es lo que puedo ver. Y como todo futuro: una vez revelado es probable que no acontezca.
Nanuk quedó pensativo. Unos largos segundos sin decir nada. Mirando sin pestañear a aquel hombre que se hacía llamar adivino con la total convicción de que habían sido los veinte euros mejor gastados de los últimos meses.
Finalmente, le comento:
– ¿Y sobre mi erizo? ¿Puede decirme algo?